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                 Ante esta situación, en junio de 1888, el Gobierno concesio-
           nó por ley y por 39 años el servicio a  Samuel Hale y Cía, que
           luego lo transfirió  a la sociedad anónima The Buenos Aires
           Water Supply and Drainage Company.
                  De entrada, el alto costo de la conexión al servicio y su
           tarifa le generaron a la empresa una gran antipatía popular. La
           debilidad del gobierno de Juárez Celman  y la crisis de  1890
           hicieron el resto: en enero de 1891 se rescindió el contrato, pero
           el Estado tuvo  que  resarcir a la firma en 25 millones de pesos
           oro.
                 La Comisión de Salubridad retomó el manejo del servicio y
           comenzaron a hacerse algunas obras, cuya insuficiencia se hizo
           evidente con el crecimiento demográfico y la llegada de las
           primeras olas inmigratorias.
                 La plaga de 1871 hizo tomar conciencia a las autoridades
           de la urgente necesidad de mejorar las condiciones de higiene de
           la ciudad, de establecer una red de distribución de agua potable
           y de construir cloacas y desagües.
                 El Gobierno, entonces, le encomendó al ingeniero irlandés
           John Coghlan el proyecto del  sistema de saneamiento de la
           ciudad (agua, cloacas y desagües pluviales). Aquel primitivo
           sistema se iniciaba en el Bajo de la Recoleta y consistía en dos


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