Page 25 - EL AGAPITO
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El Agapito
Tenía cuarenta y siete años. No tenía relaciones políticas.
No había egresado del Liceo ni de Maristas ni pertenecía al Opus
tenía que rendir un riguroso examen escrito; luego otro oral por lo general muy
difícil, en el que la mesa examinadora estaba formada por jueces y abogados
reconocidos académicamente. Se garantizaba la transparencia y la política no
tenía mayor incidencia. Para rendir esos exámenes los futuros magistrados
se solían preparar hasta por años. Luego venían las revisaciones médicas y
psicológicas y una reunión con representantes de jueces, abogados,
legisladores y algún representante del poder ejecutivo que integraban lo que
se llamaba el consejo de la magistratura, donde allí sí empezaba a tener
influencia la política. Luego el ejecutivo mandaba la propuesta del candidato
al senado y éste lo aprobaba o rechazaba. Esta última parte, decididamente,
era corrupta. La transparencia iba de mayor a menor. Desde el originario
examen escrito donde el que corregía no sabía de quién era el examen pues se
lo identificaba mediante un código, la transparencia iba decayendo paulatina-
mente. Hasta el examen oral, todo se limitaba a la idoneidad técnica. Si sabía
o no de derecho. Ya en la reunión con el consejo de la magistratura no se
examinaba si el candidato sabía o no derecho, sino los antecedentes, sus
opiniones, condiciones personales, etc. y la discrecionalidad se ampliaba
notablemente. Ni hablar de cuando la carpeta de antecedentes pasaba al
gobernador. Éste podía elegir de entre los que sortearon los pasos anteriores
(se presentaban treinta y quedaban cuatro o cinco con mucha suerte) un
candidato y mandar su carpeta al senado para que lo aprobase o rechazase. El
tema es que el gobernador, si lo deseaba, podía elegir al último y descartar al
primero sin motivo aparente. Si un candidato, en todo el proceso había
obtenido una calificación de diez, el gobernador podía enviar al senado al que
obtuvo un cuatro. En el senado, luego de una audiencia pública no vinculante,
los senadores votaban en voto secreto e inmotivado por la aprobación o no
del candidato.
La corrupción se engendraba toda vez que el candidato que rendía el escrito y
el oral comenzaba a buscar el apoyo político, o al menos, eso parecía suceder
con ese sistema y desde ya quedaba comprometido con esos políticos. La
imparcialidad objetiva quedaba seriamente resentida pues con toda razón
cualquiera podía aventurar que el magistrado elegido, en el futuro, bene-
ficiaría a quién lo favoreció o, al menos, no lo comprometería en alguna
investigación. Esto explica, aunque en muy pequeña parte, el porqué nunca
un político resultó condenado por actos de corrupción en su función durante
los años que perduró el sistema.
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