Page 18 - SEDA
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                                         Seda


            Thiago un niño muy  pequeño que abría y  cerraba una canilla de la
            plaza, por lo tanto se  mojaba las zapatillas y no había manera de de-
            tenerlo. (Es ahí donde pienso con fuerza extrema que lo terco de los
            niños los hace crecer sin culpa alguna, porque si yo me dejo la canilla
            abierta, hago estragos y la boleta de obras sanitarias me lo recuerda y
            me reprime.
            Estoy contando un cuento breve entre la ensalada para el asado, mien-
            tras recibo unos mates de mi suegra (90), me encuentro en ésta difícil
            y grata situación que  me  atrapa de cuando  en vez,  y  cuando  un niño
            me enseña lo que yo no sé. Porque los adultos no sabemos nada acerca
            de los niños ¡nada!
            Thiago, le digo suavemente, no abras la canilla, a veces salen arañitas,
            mi pretensión era preocuparlo y asustarlo un poquitito nomás.
            El niño me miró fijo y dejó la canilla, ¡funcionó! dije, pero no, no fun-
            cionó nada. Thiago me trajo una arañita viva del pasto y me la dio, la
            puso en mi mano y  yo temblé. Yo temblé y disimulé mi miedo a las
            arañas, porque Thiago me estaba demostrando que las arañas, salgan
            de las canillas o del desierto de Sahara, no hacen nada, los que hace-
            mos algo dañino somos nosotros con las palabras  y los temores que
            desconocemos.
            Thiago  es fruto  de un  nacimiento tal  vez no  proyectado, es  muy her-
            moso, su mamá muy valiente y él solo sabe que el amor está a su altura
            porque es muy pequeño, y  la altura es el pasto donde están las arañas
            y las florcitas silvestres que corta para su mamá. Fin. Norma asustada
            por la lección del miedo.
            ¡LA PUCHA QUE VALE LA PENA LA VIDA! Cualquier semejanza
            con la realidad es pura coincidencia, (a veces)
            De alguna manera  dejamos una siembra en  la cultura  que florece en
            algunos ojos que nos lean y se emocionen con nosotros. Los escritores
            encontramos un geniecillo  en las lágrimas, más que en el rocío de la
            primavera en fronda. Y ahí es cuando somos seres extraños, tan desco-
            nocidos, tan reales, tan vulnerables...




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