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            L       a voz de Freddy Mercury estremece el teléfono, “Somos los

                    campeones”  es el  tema musical que ha seleccionado  como
                    ringtone, para aquella clase de contactos. El sonido se repite
           varias veces, a la tercera responde…
                 —Hola… Responde  fingiendo la voz…
                 —  ¿Cómo estás?  —Una voz  suave  de  mujer, le  responde  del
           otro lado del teléfono…
                 —Esperando tú llamada…
                 —Perdón por la tardanza, mi esposo  acaba de  irse…—  ¿Que
           queres que hagamos?...Repregunta…
                 —Te paso a buscar dentro de una hora…
                 Responde tranquilo, en su cara no se mueve un solo musculo,
           salvo los necesarios para hablar. Mientras espera la respuesta, entierra
           dentro de un bolso de cuero negro, algunos elementos que le van a
           hacer falta…
                 —Estoy saliendo— Contesta ella agitada…
                 —Tranquila…—le  dice  intentando  calmarla.  —Esperame en la
           esquina de Rivadavia  y  Noguera, paso  por  ahí, dentro  de  quince
           minutos…
                 —Ok apurate por favor, no quiero que la gente sospeche. Aquí
           en el barrio todos me conocen y también al auto…
                 —  ¿Cuánto tiempo tenemos?  —Claramente  conoce la
           respuesta,  solo  la  suelta  tratando de bajarle la ansiedad. No le
           conviene que la vean nerviosa.
                 —No sé, algunas horas supongo.  Tendría  que estar en casa,
           antes  de  las  doce  de  la noche…La  mujer  responde agitada, podría
           decirse ansiosa…
                 —Voy en camino.
                 Sube  al  Astra  gris plata, que tiene estacionado en la puerta.
           Abre la puerta y revolea el bolso, contra el asiento de atrás. Al golpear
           contra el tapizado, puede escucharse un fuerte ruido metálico.
                 Encara  por  Hipólito  Irigoyen  hasta  Noguera,  ahí  dobla  a la
           derecha. Baja un poco la velocidad y espía por el retrovisor, se queda
           tranquilo nadie lo sigue. Aquel sentimiento persecutorio que lo acosa,
           es sin duda parte de su paranoia.
                 Estaciona  el automóvil  sobre Noguera,  apenas unos  metros
           antes de llegar a la esquina de Rivadavia. Detiene el motor, enciende



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