Page 17 - GREGORIA
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                                     Gregoria






                                      CAP II:
                            La “otra” Gregoria y su arribo

             _¡Vamos muchacho…apúrese! _ gritaba Gregoria _La pobre está por
        parir y precisamos el   agua caliente y los trapos.
             Laurindo corría de aquí para allá haciendo caso a la doñita en todo lo
        que le pedía, mientras que desde el fondo del rancho se escuchaba un sórdi-
        do y continuo quejido. Era el de la parturienta que yacía en la cama de la
        dueña de casa, tratando de…dar a luz.
             _ ¡Laurindo!... ¿Que no hay trapos?... ¡Vaya, pídale a la Ignacia! Ella
        siempre tiene ¡Y si son blancos mejor!_ gritaba la partera.
             _  Sí  madrina…  ¡Voy  corriendo!...  Récele  a  la  virgencita  pa’  que
        aguante…  un  poquito,  a  usté  siempre  le  hace  caso..._  contestaba  y…
        apuraba  el paso el fiel ayudante  de  “la  Gregoria”  que,  además de  ser  su
        entenado, vivía con ella.
             De regreso… el emisario… sólo… escuchó el llanto del recién naci-
        do, y observó el rostro desencajado de la partera, el pequeño, muy pequeño
        ser… estaba bien, pero la madre… se había ido, no había aguantado…
             _ Estaba muy débil, llegó poco alimentada la pobre... _ se lamentaba
        Gregoria. Laurindo, aunque acostumbrado ya a estos y otros episodios, se
        impresionó demasiado al ver el cuerpo inerte de la madre, en contraposi-
        ción a la pequeña vida que comenzaba a preocuparlos. Para sumarle datos
        la mujer encinta había aparecido sola y en el camino, sin origen aparente y
        sin destino, así que estaban allí haciéndose cargo de una huérfana y de la
        sepultura de una desconocida y desdichada alma que pasó como un viento y
        dejó su recuerdo.
             _ ¡Apúrese mijo! Corra a lo de la gringa Marguerite , mándela pa’
        acá ella tiene las ubres llenas, que venga a amamantar a la desgraciada…
        ¡Que llora de hambre nomás! ¡Pobre angelito!_ decía Gregoria _ otra más
        pa’ sufrir...
             _ Acérquese después_ siguió instruyendo la curandera, al niño_ a lo
        del Baltasar, pa’ que avise en La Soberana (casco de la estancia), que hay
        que darle cristiana sepultura a la desdichada, pa’ que Dios se apiade de ella
        y pueda descansar en paz.


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