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                                    Graciela Casanova
           se había marchado) para hacer un relevamiento de terrenos: se perfilaban, a
           futuro,  interesantes  capitales  que  querían  invertir  en  esos  lugares  para
           establecer estancias, fincas y otras realizaciones rurales para producir.
                 El hombre  cumplió  con  su  labor  de  manera  sobria,  responsable  y
           ocupando todo el tiempo necesario, aunque le urgía terminar. Era extranjero,
           estaba con su mujer y sus dos hijas pequeñas y lo que ganara le serviría
           para abordar un barco y regresar a su lugar natal… su familia no se adap-
           taba a las tierras desérticas y casi irredentas de la zona y sufría mucho.
                 Buen trabajo hizo el perito: en primer instancia, efectuó un detallado
           estudio  toponímico  y,  a  partir  de  allí,  agrimensó  enormes  cantidades  de
           tierra,  dividió  y  subdividió  otras,  confeccionó  una  especie  de  catastro,
           asentó estadísticas y unas cuantas observaciones más.
                 Logró también, y de acuerdo a sus vastos conocimientos traídos de
           lejanos continentes y de algunos otros viajes de soltería, catalogar especies
           animales y vegetales.
                 Dejó documentado en boletines oficiales lo siguiente: “De mi consi-
           deración y en plenas facultades de mi razón y experiencia, informo que los
           25.000 kilómetros que se me asignaron para ser testeados por mí, son de
           extrema riqueza natural y de  climas hostiles pero no invencibles. En las
           tierras que he recorrido, se podrán producir por mano  de hombre diversos
           productos de cría, siembra, caza, pesca, recolección, manufactura y artesa-
           nía.  Expreso también  mi firmeza en sugerir  y acelerar las intenciones de
           valuar económicamente los solares en cuestión y apurar las voluntades de
           quienes quieran habitar los lugares de manera privada o fundando poblados
           o caseríos, dentro o fuera de establecimientos rurales o tierras puramente
           del Estado”. (Así fue que posteriormente y ateniéndose a las legalidades del
           momento  La  Soberana,  cedió  en  comodato  cierta  cantidad  de  superficie,
           para que la habitase la peonada, sus familias y pertenencias).
                 Unas cuantas cláusulas más, entre las que se recomendaba, como de
           rigor de estudio, la conservación y cuidados de algunos sitios que, según
           sus  conocimientos,  deberían  permanecer  vírgenes  y  libres  de  cualquier
           intención de explotación; más otras indicaciones en los pliegos que presentó
           como respuesta cumplida a pie de letra, certificaron que la misión del perito
           Tostejo estuvo cumplida con creces. Así fue que se le pagó lo convenido y,
           un amanecer de bruma otoñal, el naturalista partió desde un puerto, en la
           Goleta La Salvadora y llevando consigo a su familia, una experiencia más y
           un  pago  que  le  permitiría  vivir  tranquilamente  bien  por  un…  tiempo…
           hasta otro…viaje.

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