Page 13 - ASESINO
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A
l fondo de la avenida se eleva majestuosa la cordillera de los
andes, a sus pies la ciudad todavía duerme, ajena y descreída
de aquel glorioso despertar. Apenas son las seis treinta de la
mañana, la plaza más importante del pueblo lucha denodadamente
por quitarse de encima la modorra somnolienta y quejumbrosa de los
días lunes. La inmensa naturaleza mendocina se va despertando poco
a poco. Las baldosas humedecidas por el riego de aspersión, esperan
en silencio el duro trajinar matutino, batallando como pueden contra
la soledad del momento. Las personas brillan por su ausencia, solo el
suave trinar de los pájaros le da un halo de vida al lugar.
Una joven parece estar descansando sentada en uno de los
bancos, el que se encuentra justo frente a la vieja glorieta, tiene los
ojos cerrados, parece estar profundamente dormida.
Si no fuera por aquel pequeño e insignificante hilo de sangre,
que se desliza por su cuello, cualquiera pensaría que está
descansando, después de una noche agitada. Le pareció una estupidez
limpiarlo, hay pinceladas que se escapan, toman vida y sin querer
dejan una firma, esta es una de ellas…
No transcurrió demasiado tiempo, para que alguien que pasaba
por allí, se diera cuenta de que algo no andaba bien y llamara a la
policía. El desembarco de las fuerzas de seguridad, las ambulancias y
los curiosos, transformaron la geografía en solo unos pocos minutos.
El fatal descubrimiento, finalmente y sin duda alguna, termina
convirtiéndose en la noticia policiaca más trascendente de la ciudad,
en estos últimos cuarenta años.
Sentado en un banco a escasos metros del lugar del crimen, un
hombre observa desde el anonimato, la llegada de los medios y la
policía.
Se levanta con total cautela, camina forcejeando entre la gente,
hasta que la cinta amarilla y negra que delimita la escena del crimen,
le cierra el paso. Escucha como cualquier hijo de vecino, las primeras
impresiones. Husmea el trabajo de los forenses, después lentamente
se corre hacia un costado. Se cuelga un bolso de cuero negro sobre el
hombro, entierra la cabeza hasta la nariz, dentro de una gorrita azul y
amarilla, y abandona la plaza sin despertar sospechas.
Se aleja con total tranquilidad, caminando con soltura entre
policías, enfermeros y periodistas. Hunde con fuerza la cabeza dentro
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